El hogar es el mundo principal del niño y su primera escuela emocional. Conviene trabajar sobre cuatro ejes: la comprensión de los sentimientos, el autocontrol, la autoestima y la motivación.

EN EL PRIMER AÑO DE VIDA

Lo más básico es crear un apego seguro. Responde a las necesidades de tu bebé enseguida y con mucho cariño. Cualquier acto rutinario, como vestirle, ha de llevar unida una interacción afectiva. De este modo, además de recibir seguridad, en tu niño empiezan a surgir las bases de la comunicación y la transmisión de afectos.

HACIA LOS 7 MESES

Tu hijo comienza a adquirir más movilidad. Ahora debes iniciar el fortalecimiento de su autoestima, acondicionando vuestro hogar para que sea un lugar seguro que le permita ser valiente y lanzarse a descubrir el mundo que le rodea sin miedo (y sin riesgos).

DE 12 A 24 MESES

El peque es cada vez más atrevido en sus “travesuras” y es hora de empezar a dejarle claros los límites. Decirle “no” en ciertos momentos es esencial para que después aprenda a asumir la frustración. Y para fomentar aún más su autoestima, déjale hacer por sí mismo todo aquello para lo que no necesite ayuda. Si aprende a comer solo, aunque se manche o tarde, se sentirá genial.

DESDE LOS 2 AÑOS

El niño empieza a entender que es alguien independiente y quiere imponer su voluntad: es momento de charlar sobre los sentimientos, mostrar comprensión por la intensidad de sus emociones y enseñarle que hay maneras aceptables e inaceptables de expresarse. Por ejemplo, explícale que cuando uno se enfada puede desahogarse saltando o corriendo, pero no pegando, insultando o rompiendo cosas.

Es también una edad clave para enseñarle a afrontar la frustración: tanto tú como tu pareja debéis ser constantes y coherentes con las normas, felicitarle cuando pida las cosas correctamente y/o reaccione bien ante una negativa y retirarle la atención cuando sus respuestas sean inadecuadas.

DE LOS 3 AÑOS EN ADELANTE

Cobra una importancia relevante vuestro ejemplo como padres, ya que los pequeños aprenden por imitación. Pero esto no significa que tengáis que ser perfectos. Cuando actúes mal, simplemente admítelo (así entenderá que no pasa nada por equivocarse) y proponle alternativas más correctas: “Lo siento, cariño, estoy muy enfadada porque me salió mal un trabajo, pero no he debido gritarte. La próxima vez respiraré hondo y contaré hasta diez”. De este modo el niño encuentra un modelo en el que puede inspirarse.