Al no existir un tratamiento efectivo, la viruela se convirtió en una de las enfermedades más temidas por la población.

Hace más de 10 mil años apareció por primera vez una terrible enfermedad conocida como viruela. La primera prueba de su existencia se detectó en varias momias egipcias, entre ellas la del conocido faraón Ramsés V. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVI que la viruela llegó al Nuevo Mundo.

Las múltiples epidemias de esta enfermedad causaron la muerte de muchas culturas indígenas americanas y, además, contribuyeron a la aniquilación de los imperios azteca e inca. Ya para esa época, las distintas variaciones de la viruela se habían convertido en una amenaza a nivel mundial.

Una de estas epidemias afectó a la Isla en 1689, provocando la muerte de 25 sacerdotes, 700 ciudadanos, una gran cantidad de esclavos y un alto porcentaje de la guarnición en la plaza militar.

Al no existir un tratamiento efectivo, la viruela se convirtió en una de las enfermedades más temidas por la población. Las erupciones rojizas que aparecían a causa de la enfermedad comenzaban en la boca y terminaban esparciéndose por todo el cuerpo. Éstas tenían la tendencia de deformar el rostro de muchas de sus víctimas.

Afortunadamente, un boticario y cirujano inglés llamado Edward Jenner, notó que las personas que habían padecido la viruela vacuna, mostraban resistencia a la viruela humana por un espacio de 53 años. Así, el 14 de mayo de 1796, luego de varios años de estudio, Jenner extrajo pus de una llaga de la mano de una ordeñadora que había contraído la viruela vacuna.

El pus extraído fue inyectado a un niño de ocho años, quien desarrolló una leve enfermedad que desapareció sin mayor complicación.

Casi dos meses más tarde, el menor fue contaminado, a propósito, con la viruela humana y nunca mostró síntomas de ésta.

La nueva vacuna de la viruela fue introducida de inmediato a diversos países a principios del siglo XIX. A Puerto Rico, por ejemplo, fue traída en 1803, antes que a cualquier otro lugar de América por el médico catalán Francisco Oller Ferrer, abuelo del afamado pintor borincano Francisco Oller y Cesteros