CIUDAD DE MÉXICO — Segun la AP, arcos sanitizadores en atrios centenarios, toma de temperatura, mamparas de cristal frente a algunos altares, marcas en las bancas para indicar dónde es posible sentarse, gel antibacterial, darse la paz sólo con una reverencia… la nueva normalidad llegó el domingo a muchas iglesias católicas de la Ciudad de México.
Los templos, incluyendo la catedral, comenzaron a oficiar misas casi con más normas y reglamentos que fieles, aunque estos se mostraron muy contentos después de tres meses de cierre debido a la pandemia.
“Yo sentía una necesidad muy grande y por eso vine, para pedir que todo esto pase”, dijo Hermelinda Olivares, de 53 años, en una iglesia del sur de la capital donde apenas había una docena de personas escuchando al sacerdote pedir por los enfermos de COVID-19, los fallecidos y el personal de salud.
Para los creyentes más fervorosos era importante poder tomar la comunión física, y dijeron sentirse seguros con las medidas sanitarias.
“Se tardaron en abrir porque podían haber hecho como en supermercados, pero decidieron hasta hoy y aquí estamos”, comentó la feligresa Mónica Robleda, sentada sola en una de las bancas y a bastante distancia del resto de los asistentes.
Las autoridades federales de México, que ya supera los 390.500 contagiados y tiene al menos 43.680 fallecidos por COVID-19, dejaron la reapertura de los templos a decisión de los gobiernos de los estados e incluso de cada ayuntamiento. A lo largo de julio se reanudaron las misas en diversos puntos del país, todos con precauciones similares.
El clero se ha visto muy afectado por la pandemia. Según un recuento del Centro Católico Multimedial, un total de 46 sacerdotes, 6 diáconos y tres religiosas han muerto en México por COVID-19 hasta el 15 julio, y uno de los estados más afectados ha sido el de Puebla en el centro del país.
Algunas iglesias, como las evangélicas de la capital, decidieron esperar a que disminuyan los contagios, pese a la autorización oficial. Por su parte, la Conferencia Episcopal Mexicana insistió en que cada sacerdote debía valorar la situación en su parroquia antes de retomar las celebraciones de forma gradual.
“Las opciones que tomemos -feligreses y sacerdotes- han de estar marcadas por el especial cuidado para preservar la salud y la vida”, subrayó hace días el cardenal Carlos Aguiar, arzobispo primado de México.
En la primera misa en la Catedral Metropolitana tras el cierre por la pandemia no se veía a los turistas habituales, pero no faltaron algunas decenas de católicos de distintos puntos de la ciudad y sus alrededores que optaron por acudir a este simbólico templo como parte de la “nueva normalidad”.
Ahí había algunas medidas más sofisticadas que en otros templos, como el poder dar limosna a través de un código QR que pueden leer los celulares, aunque nadie pareció usarlo, junto a mensajes en los que se pedía colocarse bien el cubrebocas.
Unos 500 fieles se dieron cita el domingo en la Basílica de Guadalupe, la Virgen patrona de América Latina, solamente una pequeña parte de los 5.000 feligreses que puede acoger sentados este templo, uno de los más importantes para los peregrinos católicos en el mundo.
La capital acumula uno de cada cinco casos de COVID-19 en el país, y las autoridades han amenazado con volver a cerrar todo porque la reapertura ha derivado en un preocupante aumento en los contagios, pero nada de eso impidió que los fieles acudieran a misa.
Todo es un riesgo pero hay que vivir”, dijo Luis López, de 68 años. “Y si se abren otros establecimientos no sé por qué no se tenían que abrir las iglesias”.
Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la ciudad, recordó que los templos permanecerían cerrados en los vecindarios que siguen en alerta máxima de contagios y pidió estricto respeto a las medidas sanitarias, tales como entrar con cubrebocas, que las ceremonias no duren más de media hora y controlar que los asistentes al templo no superen el 20% de su capacidad.
Precisamente de eso se encargaba Salvador Sánchez, en la puerta de la parroquia de San Juan Evangelista, en un barrio de clase media del sur de la capital. Además de tomar la temperatura y apretar el dispensador de un arco desinfectante casi artesanal, este hombre de 62 años que perdió a dos amigos por la pandemia contaba cuántos feligreses entraban.
“Estoy contento pero preocupado, porque no toda la gente coopera y por eso siguen los contagios”, dijo.
Pero las celebraciones religiosas continuaban siendo algo virtual en casi la mitad del país que sigue en alerta máxima, el llamado semáforo rojo.
“Habrá que esperar a la semana que viene”, señaló María de la Rosa Lira, que había oído en las noticias sobre la reapertura de las iglesias, pero se encontró que su parroquia seguía sin misas. “Sólo queda rezar para que esto acabe”.