CHULA VISTA, California, EE.UU. – El distrito escolar de Chula Vista no solo mide el avance académico del pequeño Antonio Beltrán, sino también su grasa corporal.
Cada dos años, Antonio, al igual que sus compañeros de clase, se sube a una báscula. Personal capacitado mide también su estatura y luego usa ambas cifras para calcular el índice de masa corporal, un indicador de la grasa en el organismo.
El cálculo no se le entrega a Antonio ni a sus padres. El pequeño tampoco puede leer la lectura de la báscula. Los datos son usados por el distrito para conocer el peso de los estudiantes.
La madre de Antonio, Marina Beltrán, apoya que la escuela de su hijo mida a los estudiantes porque los datos que genera ayudan a combatir la obesidad, la cual puede causar diabetes y otras enfermedades vinculadas a malos hábitos.
Sin embargo, el apoyo no es algo que se dé en todas partes.
Otros distritos escolares han causado la molestia de padres y de grupos que luchan contra los desórdenes alimentarios por enviar a los padres reportes de obesidad.
En medio de una epidemia de obesidad infantil en Estados Unidos, las escuelas de casi una cuarta parte de los estados registran los índices de masa corporal de cientos de miles de estudiantes.
Algunos, como el distrito de Chula Vista, toman medidas a los estudiantes para identificar cuántos están en riesgo de desarrollar problemas cardiacos relacionados con el sobrepeso, pero mantienen el anonimato. Otros distritos notifican a los padres de aquellos cuyo peso no sea considerado sano.
Chula Vista es elogiada por sus métodos, los cuales han motivado a la comunidad a participar. Cuando se tomaron las medidas de casi 25.000 estudiantes, se descubrió que cerca de 40% de sus niños eran obesos o tenían sobrepeso.
Las autoridades usaron los datos para hacer un mapa de obesidad en el distrito y se lo mostraron a la comunidad. En lugar de causar revuelo, la información actuó como un llamado de atención. Las escuelas estrecharon relaciones con los médicos. Plantaron jardines, prohibieron los pastelillos en los festejos de cumpleaños en escuelas, y dieron seguimiento a los niveles de actividad de los niños.
“He visto un cambio espectacular”, dijo Beltrán sobre su hijo, quien ahora come zanahorias y quiere practicar atletismo.
El programa de Chula Vista —que abarca desde jardín de niños hasta sexto grado— difiere del programa obligatorio de California para estudiantes de quinto, séptimo y noveno grados, el cual mide a los estudiantes y notifica a los padres sobre los resultados.
Vicki Greenleaf dijo que el año pasado recibió lo que llamó una “carta de gordura” del distrito escolar unificado de Los Angeles. Su hija practica artes marciales brasileñas cuatro veces a la semana y tiene una constitución robusta, pero fue clasificada como si tuviera sobrepeso por el programa estatal, dijo.
Los detractores dicen que el índice de masa corporal puede ser engañoso para las personas musculosas.
Greenleaf, portavoz de la Asociación Nacional para los Desórdenes Alimentarios, dijo que su hija conoce bien las limitaciones del programa, pero que la autoestima de otros niños puede ser afectada por tales notificaciones.
“Creo que esas cartas hacen que los niños se sientan mal sobre sí mismos”, dijo. “Para un niño predispuesto a un desorden alimentario, ese es el tipo de catalizador que lo desencadena”.
El distrito de Chula Vista descubrió que las escuelas con más estudiantes con sobrepeso estaban en las zonas más pobres, donde había un bajo número de parques y una alta concentración de restaurantes de comida rápida.
La cafetería de la escuela primaria Lilian J. Rice Elementary, a la que asiste Antonio Beltrán, ahora incluye en su menú frutas y vegetales de granjas locales y eliminó la leche con chocolate.
En 2012, el distrito midió de nuevo a sus estudiantes y detectó que las tasas de obesidad disminuyeron 3%.