Nosotros, el pueblo. ¿Y qué de los derechos individuales? El bien común. Pero no pisotees mis derechos. Formemos una unión más perfecta y promovamos el bien de todos. Eso sí, aseguremos la bendición de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad.

Desde el nacimiento de la república hasta hoy, este ha sido el sello distintivo de Estados Unidos: Yo y nosotros, los diferentes sabores de la libertad que compiten y también coinciden. Dos conceptos que conviven, a menudo desde polos opuestos.

La historia de Estados Unidos y de las colonias que lo formaron es una saga de 413 años en la que se busca equilibrar una cantidad de temas, prioridades, pasiones y ambiciones. Ahora, en la era del coronavirus, ese tira y afloja –¿es entre individuos o las comunidades a las que pertenecen?– vuelve a hacerse ver de una forma renovada, con mucho en juego.

El viernes, manifestantes se plantaron frente al Capitolio de Pensilvania –la mayoría de ellos sin tapabocas– por segunda vez en un mes para criticar al gobernador Tom Wolf y exigirle que “reabra” el estado más rápidamente. Es uno de varios estados en los que una ruidosa minoría cuestiona las restricciones asociadas con el virus, diciendo que violan sus derechos individuales.

“Los valientes son libres”, decía un cartel de uno de los manifestantes. “Egoísta y orgulloso”, decía otro, aludiendo a un pronunciamiento del gobernador en el que dijo que los políticos que promovían una reapertura inmediata eran “egoístas”. “Mi cuerpo, mi decisión”, añadía un tercero, jugando con una expresión del debate sobre el aborto, para justificar su negativa a acatar las órdenes de confinamiento.

“La pandemia presenta este choque clásico entre la libertad individual y el bien común. Y los valores de diferentes partes del país varían mucho. Se empuja al país en distintas direcciones”, comentó Colin Woodard, autor de “American Character: A History of the Epic Struggle Between Individual Liberty and the Common Good” (El carácter estadounidense: Historia de la épica batalla entre la libertad individual y el bien común).

Si bien las encuestas indican que la mayoría de los estadounidenses están a favor de algún tipo de cuarentena, aumentan los pedidos de una reapertura a medida que la gente se queda sin trabajo. En Pensilvania y en todo el país, los manifestantes insisten en lo mismo: No me diga cómo vivir mi vida cuando tengo que salir de casa para ganarme el sustento.

“Me dicen que me quede en casa, que espere a que pase todo. Ese es un mensaje democrático bastante extraño. Y la única forma de hacerlo es diciendo ‘confío en el gobierno’”, expresó Elspeth Wilson, profesor adjunto de gobernanza en el Franklin & Marshall College de Pensilvania.

Si bien el detonante es una pandemia sin precedentes, el choque entre los derechos individuales y el bien común es algo tan viejo como la misma república: ¿Dónde termina el derecho de una persona a salir en público sin un tapabocas y donde comienza el derecho de alguien a no ser infectado por un virus que puede ser fatal?

“Esto constituye una parálisis económica para algunos. Y les asusta”, afirmó Steven Benko, profesor de ética del Meredith College de Carolina del Norte. “Se sienten menospreciados”.

Al estadounidense le encantan los personajes que rechazan el sistema y toman las cosas con sus propias manos. El bandido, el vaquero, el rebelde. A muchos líderes les ha costado reconciliar eso con el principio del “bien común” que deben defender al gobernar.

“Reagan lo dijo mejor que nadie. Era un cowboy que proponía una visión compartida. Eso es una gran contradicción”, dice Benko.

La famosa metáfora de Ronald Reagan, que describió a Estados Unidos como la “ciudad sobre una colina”, fue tomada prestada de los puritanos, cuyas tradiciones dieron forma a los valores del país. El puritanismo, no obstante, también postuló el trabajo duro, una forma de rectitud moral, la expectativa de éxito y de salvación.

Con el tiempo, y con otros ingredientes incorporados tras la llegada de más gente a las cosas americanas, se generó un cierto sentido de vergüenza asociado con el hecho de ser individualista: Si no te las podías arreglar solo, a los ojos de algunos, eras indigno de ser estadounidense.

Pero ¿se puede aplicar este tipo de “individualismo áspero”, como se le llamó, en el siglo 21, con un virus que hace que todo, desde ir a comprar alimentos hasta recibir atención médica y recoger un paquete, requiera una compleja madeja de redes precisas que forman el bien común?

También entra en el debate algo que algunos describen como una verdad que todos ignoran: El individualismo tiende a favorecer a los poderosos, económica y socialmente. En otras palabras, hacer lo que uno quiere es mucho más fácil cuando uno tiene los medios (atención médica, dinero, privilegios) para lidiar con el impacto de sus actos.

Esto es particularmente relevante cuando el impacto directo del individualismo de uno –en la forma de minigotas llenas de virus– puede afectar a los otros.

“No nos damos cuenta de hasta qué puntos los unos dependemos de los otros”, dice Lenette Azzi-Lessing, profesora de trabajos sociales de la Universidad de Boston que estudia las disparidades económicas.

La pandemia, y enfrentarla con éxito, requieren cooperación. También requieren sacrificios compartidos. Y ese es un trago amargo para muchos estadounidenses”, opinó. “La pandemia nos hace ver que nuestros destinos están entrelazados, que la persona que tenemos al frente en la tienda de comestibles, si no tiene acceso a buena atención médica, puede afectar nuestra salud”.

A veces a lo largo de la historia del país –en la Depresión de 1930, en la Segunda Guerra Mundial, en la misma fundación de la nación– el bien común es el gene dominante por un tiempo. ¿Será así en esta oportunidad? ¿O la fragmentación de la política y la economía, y las redes sociales son demasiado fuertes como para permitirlo?

“El status quo es el individualismo. Y cuando atravesamos por períodos de crisis, cambia”, dice Anthony DiMaggio, profesor de ciencias políticas de la Universidad Lehigh que investiga los grupos que promueven una reapertura de la sociedad. “Todas estas reglas desaparecen y la gente se muestra dispuesta a tirar por la borda todas estas formas de ver el mundo”.

Entonces, ¿es como dijo alguna vez Ayn Rand, que “todos los hombres deben considerarse un fin en sí mismos y seguir sus propios intereses racionales”? O más bien como planteó Woody Guthrie, parafraseando a Tom Joad en “Las uvas de la ira”: “Todos debemos ser parte una gran alma colectiva. O al menos así me parece”.

Lo más probable es que la respuesta esté en el medio, en un nuevo camino que los estadounidenses deben encontrar para poder continuar su experimento de cuatro siglos en una época sin precedentes. Otra vez.