Por CLAUDIA TORRENS

NUEVA YORK (AP) — Nacido en México, Manuel Castro cruzó la frontera de Estados Unidos por el desierto cuando era un niño, pidiéndole agua a su madre insistentemente mientras ella rezaba. Ahora se encarga del bienestar de más de tres millones de inmigrantes en la ciudad más grande de Estados Unidos.

A pesar de que los mexicanos en Nueva York representan la tercera mayor nacionalidad de la ciudad, Castro es el primer Comisionado de la Oficina de la Alcaldía para Asuntos del Inmigrante que proviene de México, que cruzó la frontera de forma irregular y que vivió muchos años sin estatus migratorio hasta que en 2012 pudo beneficiarse de un programa conocido como DACA que le otorgó un número de seguridad social.

También es probablemente el primer Comisionado que es el único miembro de su familia con un estatus migratorio regular: ni su madre, que cruzó la frontera con él cuando tenía cinco años, ni sus dos hermanos mayores -uno de los cuales trabaja en la construcción y el otro en la industria gastronómica- lo tienen.

“Tengo un interés personal” en lograr una reforma migratoria, dijo Castro, de 38 años, una mañana de la semana pasada en una cafetería de Manhattan. “Cada año que pasa es un año más de más de 30 años desde la última reforma migratoria”.

Y es que Castro, que lleva décadas haciendo activismo a favor de los inmigrantes, ha demostrado a muchos que el “sueño americano” es posible si a uno se le da una oportunidad.

El mexicano, sin embargo, ha sido nombrado Comisionado en momentos en que una reforma migratoria para ayudar a legalizar a millones de migrantes en Estados Unidos es improbable y el país atraviesa una creciente inflación que aqueja a las familias de bajos recursos.

“A pesar de que estamos en una fase de recuperación de la pandemia, los inmigrantes son los que han sufrido más porque no han contado con el mismo apoyo que otros. Muchos quedaron fuera de los fondos de ayuda (pública)”, dijo Castro. “Es algo devastador para nuestras comunidades. En Nueva York hay mucho que hacer”.

Castro, a quien sus conocidos llaman “Manny”, nació en Ciudad de México, aunque sus padres son del estado de Puebla. Su padre cruzó la frontera primero, en 1988, y llegó a Nueva York, donde muchos inmigrantes trabajaban en la industria textil en ese momento. Su madre cruzó con él en 1989.

“Me acurruqué con mi hijito en un colchón viejo. ‘Mamá tengo sed, mamá tengo sed’, decía él”, recordó Teresa Castro, de 70 años y madre del Comisionado. “Yo dije: ‘Virgen de Guadalupe ayúdame, quítale la sed a mi hijito’. Créame que la virgen me hizo un milagro. Mi hijito se quedó bien dormido”.

Los hermanos mayores del Comisionado cruzaron la frontera en 1990. La familia se asentó en Sunset Park, un barrio hispano, y en la actualidad también asiático, del condado de Brooklyn. Teresa empezó a trabajar en una fábrica de fundas de almohadas.

El mexicano se inició en el activismo en la adolescencia tras darse cuenta en la escuela de que no podía acceder a un programa de trabajo de verano porque no tenía número de seguridad social. Tras lograr una beca, Castro realizó su carrera universitaria en Hampshire College, en el estado de Massachusetts, y empezó a trabajar en un centro de ayuda a jornaleros en el condado de Queens.

Su vida cambió cuando el expresidente Barack Obama impulsó DACA, un programa de alivio migratorio temporal para jóvenes como él que habían sido traídos ilegalmente a Estados Unidos cuando eran niños. Tras acogerse al programa pudo obtener más adelante la residencia permanente a través del matrimonio.

Castro es Comisionado desde enero bajo la nueva administración del alcalde Eric Adams. Mucho de su tiempo lo pasa en la calle escuchando a los inmigrantes que habitan los barrios de la ciudad: ya ha participado en festivales del Nuevo Año Lunar chino, ha jugado al cricket con la comunidad de Bangladesh, ha comido en una cena “iftar” para romper el ayuno durante el Ramadán musulmán y ha disfrutado de las fiestas mexicanas del 5 de mayo.

La semana pasada recordó a su madre durante un discurso que realizó en una fiesta de graduación de un programa educativo para mujeres inmigrantes.

“Gracias a mi madre es que estoy aquí hoy. Pienso en ella ahora porque ella fue quien me inspiró para ser persistente, activista y Comisionado”, dijo, con micrófono en mano, a unas 90 mujeres en la terraza de un edificio de Manhattan. “La vi cuando le costaba encontrar trabajo, como mujer indocumentada, y cada día luchaba para proveer para mi y mis hermanos y al mismo tiempo intentaba aprender inglés. Este país aún no ha reconocido ese esfuerzo”.

Su oficina se encarga de promover programas que ayudan a los inmigrantes y de garantizar acceso a información pública en numerosas lenguas, entre otras cosas. También aporta unos 10 millones de dólares cada año fiscal a grupos que ofrecen abogados gratis a inmigrantes para que puedan defenderse en las cortes migratorias.

“Falta que otros estados y ciudades a través del país reconozcan que los migrantes son vitales, que son la columna vertebral de las economías y de la vida diaria”, dijo Castro. “Son trabajadores esenciales pero los excluyen a la hora de darles apoyo, así que tenemos que hacer mucho en ese aspecto”.