MATA CLARA, CUITLÁHUAC, mayo 26 (EL UNIVERSAL).-Mata Clara, Cuitláhuac— Se quedaron con el apellido de esclavos, pero se despojaron de sus ataduras para vivir. Sus antepasados formaron parte de la rebelión de esclavos negros que inició en 1570 y de las hordas de trabajadores libres de origen africano; hoy son una gran comunidad que mantienen viva su historia, tradiciones y fortaleza.

Lo hacen desde dos regiones emblemáticas de la zona montañosa central de Veracruz: Yanga y Cuitláhuac, donde cerca de nueve mil personas de ascendencia africana se mantienen en una colectividad íntegra que no olvida su pasado y tiene un presente independiente.

“Soy orgullosamente negra”, ataja con sus 77 años doña Roberta Virgen. Se describe a sí misma como narizona, bembona, de piel oscura, cabello chino “a más no poder” y canosa. Tiene arrugas poco pronunciadas y unos pequeños lentes para divisar mejor.

“Dios pinta del color que quiere, hay amarillos y negros, no sé si hay verdes, pero feos sí hay”, suelta con una carcajada desde su colorida vivienda en esta comunidad.

Su antepasado fue Teodoro Virgen, descendiente de africanos que llegó de Martinica a esta región, refugio de negros esclavos rebeldes que buscaban una tierra de libertad y de protección ante el yugo de los colonizadores españoles.

“Si no hubiera sido porque lo trajeron no estaríamos aquí, en la descendencia negra que hay, me siento orgullosa, como no”, agrega la madre de cuatro hijos y una docena de nietos, la mayoría de piel oscura.

Durante la época colonial, los esclavos eran enviados a las haciendas azucareras del estado y a actividades de ganadería y servicio doméstico. Para el siglo XIX, compañías inglesas y francesas enviaron a trabajadores afrodescendientes, a Veracruz para labores de la construcción y petrolera.

Hoy, la sexta y séptima generación de esos hombres se mantienen en sus pueblos originales. Sus casas son de concreto, otras de madera o adobe y a la mayoría le construyeron techos de lámina. Un gran número migró hacia EU, pero los que se quedaron impregnan la cultura veracruzana y mexicana con su ascendencia, lenguaje, música y danza.

Los cimarrones descoloridos

Se autodefinen como “negros cimarrones”, orgullosos descendientes de aquellos esclavos que bajo la mano del “Negro Yanga” obtuvieron su libertad de la Colonia.

Un grupo de la estirpe libertadora se ubica en el municipio de Yanga (al menos 2 mil), nombre en honor al esclavo negro que enfrentó por más de 40 años a los españoles.

En las agrestes montañas, Yanga y sus seguidores protagonizaron cruentas batallas, hasta que en 1609 la Corona española se vio obligada a negociar y permitir que el líder de la rebelión construyera la primera colonia libre de América que fue bautizada como San Lorenzo de los Negros (hoy Yanga).

Aunque el pacto establecía que no se aceptarían en la zona a esclavos que huyeran de sus amos, en realidad Yanga y su hijo abrieron las puertas de la montaña a negros de Costa de Marfil, Guinea, Martinica, entre muchas otras naciones.

Los ríos de afrodescendientes siguieron inundando la zona por décadas. Uno de ellos fue Hilario Virgen Contreras, abuelo del sub agente municipal e historiador de la zona, Florentino Virgen.

“Mi abuelo llegó en 1893 y al llegar ya había gente, venía de la Martinica, pero eran descendientes africanos. Desde luego somos parte de la tercera raíz, pero también somos parte de una tricultura”, dice.

El apellido Virgen se lo dieron los franciscanos, quienes los llamaban con nombres relacionados con el catolicismo: Cruz, Sagrario, Rosario, Torres.

“Virgen fue uno de los señalados por la Iglesia Católica, tuvieron cuidado porque había negros agresivos y dóciles y si era agresivo los señalaban y le ponían nombre”, relata entusiasmado el estudioso de la tercera raíz.

Las familias Virgen, Peña y Contreras, las de mayor “abolengo” negro, se dispersaron por Mata Clara, Tamarindo, Manantial, San Ángel, Cuitlahuac y, por Yanga.

“Me identifico porque estoy narizón, chato, bembón y tengo el tradicional físico del negro, y estamos orgullosos de la parte cultural porque conserva tradición e historia”, afirma Florentino.

Guerreros y felices

Sózima Virgen cumplió recién los 80 años de edad. Es una mujer chaparrita, fuerte, poderosa, maciza. Es la matriarca y lleva a cuestas a diez hijos con sus respectivas esposas, a sus 24 nietos y 11 bisnietos.

“Aquí está lleno de negros… por ejemplo mis nietos todos son como yo, aunque mis hijos tienen sus mujeres claras, ellos son negros”, relata con orgullo al pie de su casita color azul y verde, ubicada en Mata Clara, comunidad de 20 cuadras.

“Aquí me siento acogida de todos ellos y cuando estoy sola tengo hasta miedo, porque siempre estoy acostumbrada a mi familia, a mis hijos, a mis nietos, a todos”, dice Sózima, en cuya vivienda atesora decenas de fotografías de todos sus ancestros.

Cuando era joven aún le tocaron diversos trabajos forzados o trabajar como sirvienta.

“Así fue mi vida de chamaca, pero ahora con mis hijos me siento muy contenta, con mi esposo. He sido feliz, esa es la razón por la cual tengo tantos años y aquí estoy”.