081215-salud-pix-1Neofobia alimentaria o el miedo que hace que tu dieta sea mucho peor

El comportamiento de rechazar nuevos alimentos es una etapa típica en el desarrollo infantil, sobre todo en niños y niñas de 2-3 años, que remite en torno a los cinco años. Los niños y niñas que experimentan neofobia alimentaria presentan también signos de angustia y ansiedad, y el comportamiento incluso puede llegar a ser habitual en la edad adulta.

La investigadora de la Facultad de Psicología de la UPV/EHU Edurne Maiz ha realizado en su tesis doctoral, un estudio con 831 escolares de edades comprendidas entre 8 y 16 años. En la investigación, ha utilizado cuestionarios de neofobia infantil —adaptados para la tesis—, en los que se preguntaba a los participantes sobre su disposición a comer nuevos alimentos. Por otra parte, se tomaron diferentes datos sobre la composición corporal de los participantes, así como sobre su estilo de vida (por ejemplo, alimentación y ejercicio físico), los estilos parentales de alimentación y diferentes variables psicológicas (autoestima y ansiedad). De todo ello, explica la investigadora, “hemos encontrado diferencias estadísticamente significativas en muchas variables”.

La importancia del estilo parental

El comportamiento neofóbico puede tener consecuencias dietéticas negativas en cuanto que reduce la variedad de los alimentos ingeridos. Los participantes neofóbicos presentan un menor índice de calidad de la dieta mediterránea, y eso es debido, fundamentalmente, a un menor consumo de frutas y verduras y un aumento de alimentos considerados de consumo ocasional.

En general, los padres y las madres tienden a controlar qué, cuánto y cuándo comen sus hijos e hijas. Frecuentemente, los progenitores presionan a sus hijos e hijas para que coman nuevos alimentos, y esa presión ejercida —que es debida a la frustración que les supone a los progenitores el rechazo del alimento— puede afectar negativamente al estado emocional del niño o de la niña, y está asociada, además, a mayores niveles de neofobia. En la investigación, los niños y niñas neofóbicos han informado de que sus progenitores utilizan el estilo parental de alimentación, denominado de estimulación, y un control menor que los progenitores de los niños y niñas neofílicos (niños y niñas que comen de todo y les gusta probar nuevos alimentos). “Hemos deducido —explica Edurne Maiz— que los padres y las madres, en un principio, controlan y estimulan mucho, pero que llega un momento en el que se resignan, debido a que el sufrimiento parental también está presente en todo esto”.

Respecto a la ansiedad, los datos dan a entender que, tanto en la infancia como en la adolescencia, los participantes neofóbicos son más ansiosos que los neofílicos. Asimismo, respecto a la autoestima, los neofóbicos han presentado, en la infancia, menores puntuaciones que los neofílicos en las cinco dimensiones estudiadas del autoconcepto (familiar, social, físico, emocional y académico); y, en la adolescencia, han presentado menores puntuaciones en el autoconcepto familiar y físico.

En cualquier caso, no han encontrado ninguna diferencia notable en lo que respecta a la composición corporal de unos u otros. “Eso puede ser debido a que existen suplementos nutricionales, que en un momento dado pueden tomarse como complemento alimentario”, ha concluido la investigadora.

La investigadora quiere “lanzar un mensaje de paciencia a los padres y madres, para que los casos de neofobia alimentaria infantil no se desarrollen y no vayan a más”, ya que “se ha visto que hay una cantidad importante de adultos y de niños que tienen una problemática grave por esta razón”, explica. Según la investigadora, para evitar este problema, es importante tener un fuerte vínculo parental con el niño o la niña, y, recomienda, además, “tener un ambiente distendido y agradable a la hora de las comidas, que los niños participen en la elaboración de la comida, así como en la compra, utilizar refuerzos positivos, y, por último, ser un buen modelo”.