CONCORD, New Hampshire, — (AP) Es incómodo admitirlo, pero al mismo tiempo refrescante: Al marido de mi exesposo y a mí nos gusta el epidemiólogo de nuestro estado. La verdad, jamás me pasó por la cabeza que tendría un exmarido y menos que ese exmarido tendría ahora un esposo. Y tampoco me imaginé que ese esposo sea uno de mis principales sostenes durante una pandemia global. Es cierto que progresé mucho desde nuestro divorcio hace cuatro años. Al ir a su boda con mi nueva pareja el año pasado me sentí feliz y esperanzada para el futuro de todos nosotros. Pero hace tres meses mi pareja me dejó y yo todavía lidiaba con eso cuando estalló la crisis del coronavirus. Por ello ahora es a mi ex a quien le cuento todas mis desventuras como madre y en el trabajo, él es quien guarda revistas para que yo lea, quien me trae no solo comida sino también tortas y otros dulces de mi panadería favorita. Algo muy dulce, en varios frentes. Igual que otros padres divorciados, tuvimos que sopesar los riesgos de enviar a nuestro hijo de 15 años de una casa a la otra durante la pandemia, un tema que no fue considerado en la clase obligatoria que tomamos acerca de cómo criar a los hijos cuando una pareja se separa. Al principio mantuvimos el arreglo por el cual nuestro hijo pasa la mitad del tiempo conmigo y la otra mitad con su padre. Yo incluso pasé un día en su casa cuando me quedé sin luz por una nevada. Posteriormente decidimos que era mejor que nuestro hijo se quedase todo el tiempo conmigo. Eso duró un mes inacabable. Me sentí reticente y aliviada al mismo tiempo cuando mi ex planteó que volviese a pasar tiempo con él. Más recientemente, los cuatro nos juntamos para juegos virtuales de preguntas y respuestas o para jugar al pictionary (hay que descifrar palabras a partir de un dibujo), e incluso planeamos celebrar el 4 de julio (Día de la Independencia de Estados Unidos) en una cabaña que tenemos y que desde nuestro divorcio solo visitábamos por separado. Lagrimeé cuando me dijo en un mensaje de texto que cocinaría pollo frito, mi plato favorito. Llorar sin saber por qué es casi un hábito en estos días, pero no lo veo mal. Cuando no estoy trabajando, coso decenas y decenas de tapabocas para donar a hospitales, agencias de servicios sociales y a mis valientes colegas. Se las he enviado a familiares y amigos también, incluido mi exesposo. Sabía que él elegiría la verde y le daría la azul a su esposo. Me mandaron una foto desde Home Depot, donde compraban cosas para embellecer el que supo ser mi jardín. Tontamente, también le envié un tapabocas a un hombre que me rompió el corazón en enero. ¿Esperaba realmente que se apareciese en mi ventana como John Cusack en esa escena perfecta para la era del distanciamiento social de la película “Say Anything”, con un estéreo portátil y luciendo su barbijo? No. Y no me sorprendió cuando me llegó una gentil nota de agradecimiento por el correo. Pero dolió, lo que comprueba que a veces las máscaras protegen al que la usa más que a los demás. Por ese momento de debilidad, responsabilizo al gobernador de Nueva York Andrew Cuomo, cuyo tuit diciendo que había que ayudar a los demás me pegó duro. (“Dos palabras pueden ser importantes: ‘Te extraño’. ‘Te quiero’”). Por suerte mi gobernador no es tan sensiblero. “Café y chocolate. Eso es lo que me saca adelante. Tal vez necesite ejercitarme un poco más”, dijo el gobernador de mi estado, New Hampshire, durante una reciente conferencia de prensa, sacándome las palabras de la boca. Café, chocolate y la restauración de una amistad que pensé había perdido para siempre. Algún día retomaré mis sesiones de kickboxing. Pero mientras tanto, esto me basta.