PUERTO RICO– De acuerdo a CNN, Cuando el huracán Dorian se cernía sobre Puerto Rico, el presidente Donald Trump se quejó el martes porque “otra gran tormenta” se dirigía al territorio estadounidense, y resaltó todo el dinero que el Congreso le había asignado a la isla para recuperarse de los impactos de los huracanes Irma y María en 2017. El tuit de Trump se leía como si los puertorriqueños tuvieran la culpa. Insinuaba que podían controlar las tormentas y que el territorio atrae estos fenómenos para obtener dinero del Gobierno. El presidente luego tuiteó el miércoles que él es “lo mejor que le ha ocurrido a Puerto Rico”. Huelga decir que Trump no es lo mejor que le haya ocurrido a Puerto Rico. Una declaración que es un insulto a los valientes y trabajadores puertorriqueños en la isla y a la diáspora. También socava los desafíos que la gente enfrentó en la isla por hasta un año: ni electricidad, ni comunicaciones, ni agua corriente y falta de suministros. Los arrogantes comentarios le faltan el respeto a la memoria de las aproximadamente 3.000 personas fallecidas tras el paso del huracán María, en parte por la fallida respuesta de los gobiernos federal y local. En los últimos dos años, el presidente ha usado el desastre, el dolor y, más recientemente, el caos político de la isla, que condujo a la dimisión sin precedentes de un gobernador, como armas políticas. Los blandió en busca de aplausos inmerecidos y de dañar a sus rivales políticos, como la alcaldesa de San Juan Carmen Yulín Cruz, a quien Trump atacó en un tuit el miércoles por la mañana. Esta conducta no debería sorprendernos. Desestimando la devastación y el esfuerzo de reconstrucción enfrentados por Puerto Rico, Trump tuiteó en julio que el Congreso “tontamente” le dio a Puerto Rico US$ 92.000 millones “que en gran parte fue despilfarrado”. Su tuit es otro ataque a los líderes políticos de la isla y a la resiliencia del pueblo, no solo por los huracanes Irma y María sino desde 2006, cuando comenzó la recesión económica de la isla. La verdad es que más de la mitad de los US$ 92.000 millones que mencionó Trump se basa en estimaciones para posibles gastos de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) en los próximos años. El Congreso asignó US$ 42.700 millones para Puerto Rico, de los cuales US$ 20.800 han de ser usados obligatoriamente por el gobierno federal. El monto gastado de hecho es US$ 13.800 millones, según el sitio web de asistencia en desastres del gobierno federal. Una recuperación completa de Irma y María costaría US$ 139.000 millones según estimados del Gobierno de Puerto Rico. Esta enorme misión implica una colaboración continua de las agencias federales, incluida FEMA. El enorme esfuerzo de recuperación que demanda ese desastre es algo que EE.UU. debería comprender. Desde 2017, 12 años después de que el huracán Katrina golpeara a Nueva Orleans, EE.UU. seguía gastando fondos de alivio para desastres en el esfuerzo de recuperación. Muchos de los 7.000 trabajadores federales desplegados durante el desastre seguían allí. Sin embargo, ni siquiera un mes después de la devastación del huracán María en 2017, Trump tuiteó que el Gobierno estadounidense no podía mantener “al personal de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencia, al personal militar y a los servicios de emergencia en Puerto Rico para siempre”. Unos días antes que eso, en su visita a la isla, Trump dijo que la secuela del huracán María no fue “una verdadera catástrofe como Katrina”. El presidente Trump no entiende – o no quiere entender – que Puerto Rico es un territorio estadounidense, con una población de unas 3,5 millones de personas y millones más que residen en Estados Unidos. La provisión de ayuda y asistencia no es una opción sino su tarea. Sus comentarios son el último insulto a la larga historia colonial de la isla. El presidente tiene la esperanza de que la gente le agradezca a él y a su Gobierno por hacer lo que deben hacer en momentos de crisis. Sin embargo, él está reacio a cumplir con sus responsabilidades. La reacción de Donald Trump al huracán Dorian, que se sintió en el este de Puerto Rico y ahora se dirige hacia la Florida, muestra que él no aprendió nada de los desastres en 2017. Estas tragedias requieren de un líder que tienda una mano a su gente sin dudar, sin humillar, sin revictimizarlas y sin culparlas. Este no es –y nunca será – el momento de buscar un reconocimiento ni de asumir el rol protagónico a costa de aquellos que están sufriendo. Una cosa es segura: si dependiera de los puertorriqueños, ningún huracán golpearía jamás a la isla. Pero cuando lo hacen, deberíamos tener un presidente que se preocupe.
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